domingo, 19 de agosto de 2012

Y que aún crean que la edad importa.

Una persona celebra su cuarto cumpleaños un 25 de junio mientras otra familia sonríe porque tienen una pequeña de un mes y 24 días. Nada que ver, uno es de Oviedo, y la niña una cántabra con sangre asturiana. Él crece en una vida rebelde sí, viviendo cada segundo de una forma plena y alocada. Ella, sigue siendo una niña, una chiquilla ejemplar con un comportamiento normalmente digno de admirar. Nada en común. Pero: ¿Que más da? 
Ella va un agosto a veranear a su pueblo, y le ve. Y le gustan sus ojos, y le enamora su sonrisa, y sonríe con sus tonterías. Él la mira, y creyéndola mayor disfruta con cada una de sus carcajadas cuando hace cualquier gilipollez. y ya pasados unos días, descubren que aunque ya que saben la edad nada cambia. Juguémonos el mundo-deciden. ¿Merece la pena arriesgarse a las críticas del pueblo, arriesgarse con tanta diferencia de edad, arriesgarse a amar cuando luego la distancia estorbará? Joder, pues sí. Mil veces mejor tenerse unos días que no hacerlo nunca. Y todo es perfecto. Hasta que, ella se marcha. 
Y quien sabe si él la echará en falta o la olvidará por ser tan solo un amor de unos días. Quizá nunca lleguemos a conocer la verdad, aunque los demás dicen que está distante desde que ella se fue, y que parece que la echa de menos más que todo el pueblo junto. Pero ella, despierta con la primera lágrima que cae en su almohada. Porque sabe que había conseguido volver a enamorarse pero no puede amarle. Ella sueña por la noche que viene su príncipe y la besa como lo hacía allí. Ella echa de menos y en falta sus caricias, sus cosquillas, sus besos, sus ojos, sus labios, su cara; su todo. Ella lleva la cuenta atrás hasta el próximo verano. Y ella, escribe este texto mientras llora recordando cada segundo con él.

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