Cuando estallas. Y descubres que infinito solo existe en matemáticas, que pocas veces la gente ama de verdad, que por mucho que queramos algo no lo conseguiremos.
Y que por mucho que queramos a alguien, no tienen por que querernos. Y que la gente se cansa. Y que los príncipes azules no quieren estar siempre. Y que las princesas, a veces, necesitamos un poquito de libertad para pensar.
Y regalamos besos a cambio de falsas caricias. Y pedimos abrazos a cambio de falsas sonrisas. Y decimos te quiero a todos los que pasan por al lado nuestro y nos lanzan un beso al aire.
Y que a veces un horco de mordor es quien de verdad necesitamos. Porque tener príncipes azules está sobrevalorado. O mejor dicho, ir de horco en horco.
Y muchas princesas, cuando han sufrido, se deciden a dejar un recuerdo suyo en todas partes. Y se lo dejan en los labios de otros. Y no porque las guste hacer sufrir a horcos, sino porque huyen de un príncipe al que no son capaces de enfrentarse.
Pero seamos sinceros. También hay princesas que posan su corona en la mesilla de noche, y se sientan en su cama con los pies colgando y el lazo del vestido apoyado sobre el colchón. Y lloran. Y lloran porque sufrieron de verdad. Y no son fuertes para enfrentarse a nada más. Porque encontraron a su príncipe y lo perdieron. O porque las traicionaron con otra princesa más mejor. O sencillamente, porque su cuento no fue tan perfecto como esperaban.
No comer perdices no vivir felices. Aunque tarde o temprano, habrá que levantarse y coger la corona otra vez. Y salir a enfrentarse a un mundo que un día se quedó grande. Que aunque ya no haya fuerzas para buscar príncipes, siempre hay jardines en los que mirar flores.
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