miércoles, 25 de julio de 2012

Jose

Quiero a muchas personas de las que pasan por mi vida. A unas más que a otras, obviamente. He cogido cariño a gente que jamás pensé siquiera en llegar a hablar. Las personas más insospechadas son a veces las que nos sacan cuando estamos hundidos. ¿Sabes que hay profesores que no enseñan solo asignaturas? Pues si, pueden llegar a enseñarnos más de lo que nunca sabremos. Solo una vez en mi vida he estado hundida hasta el fondo. Y él me tendió la mano amablemente, con una sonrisa. Él me enseñó que la vida es demasiado valiosa para malgastar un solo minuto. Que cada segundo de la vida es decisivo. Que cada momento es especial. Que ante todo hay que luchar para conseguir más recuerdos bonitos. Que solo tenemos una vida y que hay que saber plantar cara a los problemas y seguir adelante, sabiendo un poquito más que antes y sonriendo un poquito menos que despues. Que nunca sabemos cuando será la última vez de algo y por eso hay que disfrutarlo como si fuera a ser esa. Él me ayudó a afrontar que estaba hundida y me hizo llegar a lo más alto. Haciéndome saber con cada gesto que merece la pena vivir. Que por mal que vayan las cosas siempre acaban yendo bien, que si estás en lo más bajo hay que sonreir porque ya solo puedes subir. Siendo sinceros, me ha enseñado a disfrutar de cada pequeña cosa de la vida, y le debo el mundo. Porque él se lo gana más con cada milésima que vive. Porque nunca habría sabido apreciar tanto la vida si él no hubiese estado ahí. Una persona demasiado grande en todos los sentidos, porque ha sabido no ser un profesor cualquiera. Una persona demasiado grande nos queda.

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